La zarzuela en la pantalla muda
Paradójico o insólito puede parecer, en primera instancia, un hecho constatado de la producción cinematográfica madrileña en la década de los veinte: las adaptaciones que para la pantalla muda se hicieron de conocidas zarzuelas y aun de revistas musicales del periodo.
Si bien la zarzuela es un género de teatro musical con autonomía propia, aunque en su delimitación y definición no siempre se haya coincidido, no ocurre lo mismo cuando abordamos su consideración como género, o subgénero, cinematográfico, al menos durante este periodo de la historia de nuestro cine.
Casi todos los estudiosos que se han ocupado de esta modalidad genuinamente española de teatro musical coinciden en señalar a la partitura como elemento básico y primordial que le confiere sus principales características y personalidad. No siempre se han tenido los mismos criterios, y más de una vez se ha exagerado el peso de los libretistas en el resultado final. En realidad los dos elementos, letra y música son imprescindibles, pero, de algún modo, en la zarzuela es la música la que ejerce el papel determinante.
La zarzuela española, cuyo último momento de apogeo y esplendor tiene lugar durante finales del siglo XIX y que presenta notables puntos de contacto con otras formas de teatro musical europeo, fue objeto, ya desde los primeros años del cine español, de una atención por parte de nuestros pioneros que vieron en su carácter eminentemente popular un factor decisivo para, al trasladarlo al cine, atraer a un mayor número de público a los locales cinematográficos. Segundo de Chomón pasa por ser el primer cultivador de este subgénero. Ya en 1910 había adaptado tres conocidas zarzuelas al cinematógrafo para la producción catalana "Los guapos", "El puñao de rosas" y "Las tentaciones de San Antonio", a la que seguirían "Carceleras" (1911) y "La Chavala" (A. Marro, 1914). Sin embargo es en la década de los años veinte y en la producción madrileña cuando asistimos a un decidido cultivo de la zarzuela por nuestros cineastas.
La dificultad para considerar a la zarzuela adaptada al cine mudo, como género cinematográfico específico, estriba en que al ser silencioso el cine, los sucesivos directores que adaptan zarzuelas a la pantalla extraen básicamente la trama argumental que, de esta forma y privada de la música, ofrece escasas, por no decir nulas, diferencias con otros argumentos extraídos de obras de teatro popular, especialmente de sainetes, como bien ha señalado el investigador Julio Pérez Perucha: «La producción madrileña comenzó a exhibir, tras el afortunado tanteo de La Verbena de la Paloma y La España trágica, una desenfrenada profusión de zarzuelas, cuyos libretos se adscribían al sainete y, en escalas progresivamente descendentes, melodramas rurales y films sobre el universo taurino».
Sin embargo, no podemos olvidar que la zarzuela adaptada es quizás el único género genuinamente español que se considera como tal por las compañías productoras, y su trasposición contemplada por las sociedades fundacionales del cine madrileño: «Atlántida» y «Film Española», las cuales, ante el éxito alcanzado por una primera obra "La Verbena de la Paloma" (Buchs, 1921), deciden explotar el filón y primar este tipo de cine cuya demanda masiva está asegurada por un espectador eminentemente popular que busca en ellas un simple solaz, un mero pasatiempo embellecido con páginas musicales de ritmo agradable y fácil de cantar. El público conoce perfectamente las obras que aplaude con frecuencia en los escenarios teatrales y en las que el factor sorpresa está ausente. No se acude al cine a contemplar algo desconocido, sino a disfrutar en una experiencia colectiva que recababa la participación directa de este público en los pasajes famosos, coreados ante la aparición en pantalla de las letras de las canciones más populares bajo el soporte del acompañamiento musical de la orquesta del salón.
Fuente: Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes
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